Volver
a escribir es fácil. Organizar todas tus ideas de forma ordenada y coherente,
es lo complejo. La última vez que escribí sobre algo mío fue unos meses antes
de regresarme para Colombia. Tenía 21 años, estaba con muchas cosas en mente;
volver a ver a mi familia, estar en casa, ver a mis amigos y estar con mi mamá era
lo que me apremiaba y más anhelaba.
Hoy
tengo 26 años, próxima a los 27, finalizando el año 2018 un año que sin duda
alguna me hizo recapacitar sobre muchos patrones de la cotidianidad y que hoy
quiero contar.
Al
finalizar mi carrera y recibir mi título como comunicadora social – periodista empezó
el reto de buscar un trabajo que me hiciera vibrar, que me ayudara a crecer
profesionalmente y sobretodo un trabajo formal, real -NO MÁS FREELANCE- pensé
yo.
Después
de muchas entrevistas, de ires y venires, llegué a lo que se conoce en la
actualidad como agencia de marketing digital, pequeña pero acogedora en su
momento. Se encargaba básicamente de manejar las redes sociales y portales
digitales de empresas que buscan un posicionamiento en la web.
Llegar
ahí fue una bendición. Contratar a alguien de “pueblo” en la capital no siempre
es fácil, teniendo en cuenta que compites contra gente de universidades
reconocidas que tuvieron pasantías soñadas y que manejan hasta 3 idiomas. –Aquí
se habla inglés y babosadas a veces-
Los
primeros meses fueron un aprendizaje que nutria mi alma y mi corazón. Sentía que
podía hacer algo por alguien a través de las redes y como todo en mi vida,
siempre di lo mejor de mí para que saliera perfecto; sin embargo, empezó a
picarme el bicho de querer más, de aprender otras cosas, de alzar mis ideas a
través de mi voz y de poder aportar a través de mis conocimientos a que las
cosas funcionaran mejor; pero como cuento de princesas donde aparece la bruja
malvada que daña todo, en mi vida apareció el “NO”. –No puedes, no es correcto,
no es así, no puedes estudiar, NO, NO Y NO-
Quizás
el hecho de ser hija única y de siempre tener lo que quiero, me lleva a
frustrarme mucho cuando me dicen que NO. Sin embargo, empecé a notar un
comportamiento muy extraño en el ambiente al que llamaré síndrome del alfa; si
no es realizado por él, nadie más lo puede hacer mejor. Si no es idea de él,
ninguna puede ser mejor. Si él no es el mejor, nadie puede ser mejor.
En
momentos llegué a pensar que la voz femenina era como el ruido de un taladro
sonando a la media noche en un edificio de paredes blandas. Sentía que si
hablaba, pedía o exigía, era tomado como una ofensa. En momentos
contemplé que en ese ambiente, las mujeres éramos definitivamente el sexo débil
en todo su potencial.
Sin
embargo lo consideraba dentro de los rangos normales dado que era mi primer trabajo
oficial como profesional, quería aprender y conocer más y sobre todo, poder
perseguir mis sueños profesionales a través de la academia.
Y es
aquí cuando entra quizás, uno de los momentos más difíciles de toda mi
existencia. La temida y no bien recibida “estás despedida”. Ella llegó sin
señales, ni avisos y ni siquiera señales de humo. Llego a tan solo 2 meses de
navidad y 67 días de finalizar el año. Llegó faltando 15 minutos para terminar
la jornada laboral y con unas líneas que decían: “bueno lina, lastimosamente no
tengo buenas noticias para ti. Hasta hoy tienes contrato con nosotros, muchas
gracias por tu tiempo y por tu empeño pero debemos finalizarlo hasta hoy. Aquí
está tu liquidación, te la consignaremos hoy mismo. Muchas gracias y suerte en
tu vida”.
Es
curioso que yo pueda recordar estas palabras al pie de la letra pero las
recuerdo porque me marcó mucho. Me marcó, porque fue mi primer trabajo como
profesional –vale aclarar que yo ya había tenido algunos trabajos pero este, era
el primero de manera legal y formal como profesional- me marcó porque le
entregué muchísima alma a cada una de las cosas que hacía, sentía que yo había
sido parte de algo y había construido algo.
Los
minutos después de ese “estás despedida” fueron complejos. Recuerdo que lo único
que pregunté fue: ¿Hice algo mal? ¿Sucedido algo? Y la respuesta me carcome a
veces el alma: “No, no hubo nada malo ni nada, solo que hoy se acaba tu trabajo
con nosotros”.
Los
momentos posteriores a eso fue un tsumani de cuestionamientos sobre mi misma. Sobre
lo que yo era como persona y como profesional. En realidad no entendía nada –y aún
no lo entiendo- y me cuestionaba mucho si la verdad era que yo había metido la
pata y por lástima no me habían querido decir. Traté de buscar respuestas en
muchos lugares, lloré como nunca, me tumbe en la cama pidiéndole a los angeles,
santos, a mi abuelo, al cosmos y a las estrellas que me dijeran que había
pasado y no encontraba respuesta.
Después
de mucho, no encontré respuesta a mis cuestionamientos. Dejé de llorar, de
culparme y entendí que como todo, son ciclos que se cierran. Lastimosamente a
veces nosotros no tenemos la total autoridad para cerrarlos porque también dependen
de otros, pero como seres humanos “razonables” debemos de entender que no todo
lo podemos controlar y que hay situaciones que siempre se van a salir de
nuestras manos.
Esto
que me sucedió lo denomino como la GRAN TUSA DEL 2018. Se los juro que como
buena llorona y ex reina frozen, se me descongeló el corazón y lloré océanos,
pero he aprendido que un suceso como este no me define como persona, ni como
profesional. Aprendí que siempre debo confiar en lo que sé, en lo que he
aprendido y en mi poder como mujer; y sobre todo aprendí que una voz sincera siempre va a valer más que una múltitud, aprendí a no dejarme vencer por las adversidades y que siempre tengo que tener en mente mis sueños, mis anhelos y a mí misma por encima de personas, trabajos y cosas.